Discalculia

Zapatos al Aire A. C. 

Montserrat Villarino Ruiz


Recuerdo que cuando iba en la primaria tenía una compañera que por más que intentaba, le iba mal en matemáticas. Las matemáticas nunca han sido mi fuerte, pero considero que no soy mala en ellas; me cuesta comprenderlas al principio, pero una vez que lo entiendo, todo fluye. Sin embargo, para esta compañera no era igual. Por más que se esforzaba, no lograba comprender. Recuerdo que nuestra maestra se frustraba, no la bajaba de "poco inteligente." 
De haber sabido en ese entonces que existía un nombre para lo que le pasaba a esta compañera creo que todos hubiéramos sido mucho más empaticos con ella.


La discalculia es un trastorno específico del aprendizaje que afecta la capacidad de comprender y trabajar con números. No se trata de falta de esfuerzo ni de inteligencia, sino de una condición neurológica que dificulta tareas como sumar, restar o entender conceptos matemáticos básicos. Según el DSM-5, este trastorno afecta aproximadamente al 3-6% de la población escolar, aunque sigue siendo poco reconocido y diagnosticado. Esta falta de conocimiento contribuye a la estigmatización de quienes lo padecen, como mi compañera de primaria, quien seguramente sufría no solo en lo académico, sino también emocionalmente por las etiquetas negativas que se le imponían.


Los niños con este trastorno pueden sentirse avergonzados o inseguros al compararse con sus compañeros. La falta de apoyo adecuado puede llevarlos a desarrollar una baja autoestima e incluso ansiedad ante las actividades que impliquen el uso de números. Este estrés continuo puede generar un círculo vicioso, donde el miedo al fracaso reduce aún más su desempeño, continuando con la idea errónea de que no son capaces. Por ello, es esencial crear entornos de aprendizaje donde los errores se valoren como parte del proceso y no como un reflejo de la capacidad personal.


Reconocer y hablar sobre la discalculia es crucial. Al hacerlo, no solo creamos conciencia, sino que también promovemos la empatía y la inclusión en el ámbito educativo. Esto permite a los docentes identificar a los estudiantes que necesitan apoyo adicional y aplicar estrategias adecuadas, como el uso de materiales visuales o herramientas tecnológicas para facilitar su aprendizaje. Además, se fomenta un entorno donde el error no se percibe como un fracaso personal, sino como una oportunidad para aprender de manera distinta. Así como hoy hablamos abiertamente de la dislexia, necesitamos normalizar la conversación sobre la discalculia. Entender que cada estudiante tiene una forma única de aprender nos ayudará a construir sistemas educativos más inclusivos, donde nadie sea etiquetado injustamente por sus dificultades. En lugar de frustración, ofreceremos comprensión; en lugar de juicio, apoyo; y en lugar de etiquetas, oportunidades.




 

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