El Arte de Monet: cómo la luz puede ser todo lo que importa
por Rebeca Herrera.
¿Y Monet… quién es?
Claude Monet es uno de los artistas más icónicos de la historia del arte, y pilar clave para el estudio del color. Se caracteriza por crear balances entre el color y la luz, más que contornear las formas (como era común en su época), y por evitar los trazos firmes, buscando más bien explosiones espontaneas de color. “Me gustaría pintar como los pájaros”, dijo alguna vez.
Esta búsqueda tan suya muy pronto se convirtió en obsesión y suplicio: se apresuraba a hacer bocetos que retrataran el cambio de colores causado por la luz cada 30 minutos, y los destruía efusivamente si no le agradaban. De igual manera, al final de su vida decidió destruir muchos de sus borradores u obras inacabadas, pues le causaba horror la idea de que estas fueran expuestas tras su muerte. Este retrato que acabo de hacer probablemente sea muy distinto al que nos hubiéramos imaginado con tan sólo mirar sus cuadros, pero es el recorrido real que le llevó a gestar entre cada pincelada, al -agradable o criticable- impresionismo, que por cierto, fué un término acuñado por un crítico de arte, Louis Leroy, a quien no le agradaban sus pinturas. A continuación aprenderemos más curiosidades acerca de su vida, logrando un acercamiento más auténtico a su persona.
Caricaturista antes que paisajista
Claude desde pequeño supo que sería artista, y que le agradaban los paisajes. Sin embargo, empezó haciendo caricaturas; y de hecho, las hacía tan bien, que con tan sólo 12 años, papel, y carboncillo, provocaba en su pueblo natal largas filas de personas que esperaban ser retratadas por él a cambio de diez y veinte francos.
No mucho tiempo después fué que Eugene Boudin, un pintor francés que también vivía allí, lo invitó a pintar con él en exteriores; esta vez a óleo y lienzo. Posteriormente podemos reconocer cómo fué rodeándose de grandes personajes artísticos del momento: vivió con Armand Gautier, un pintor y litógrafo conocido por sus pinturas religiosas, y después con Charles Gleyre (de quien no le agradó su convencionalismo). También trabajó en el taller de Charles Monginot, e incluso viajó a París para visitar la exposición del Salón de París; allí conoció a grandes artistas como Constant Troyon.
El despertar en Argelia
Interrumpido su trayecto artístico por su envío a regimiento de caballería en Argelia como parte de su servicio militar obligatorio, se trasladó al continente de África, donde debió de haber permanecido durante 7 años pero, tras enfermar de una fiebre tifoidea, regresó a Francia poco después de un año y continuó con sus pinturas. Este año, aunque corto, fué de profunda importancia para la constitución del estilo de Monet, marcado por la atención a la magia del detalle que desaparece tras un instante. Él mismo comenta lo siguiente: “Nada me atraía tanto como las interminables cabalgatas bajo el sol abrasador, las razzias, el chisporroteo de la pólvora, las noches en el desierto bajo una capa”, “En mis momentos de ocio, intentaba plasmar lo que veía. Las impresiones de luz y color que ví ahí, contenían el germen de mis futuras investigaciones”. Durante sus 6 meses de recuperación en Francia siguió explorando y practicando su arte.
Y aunque comenta que Johan Barthold Jongkind fué su mentor y maestro, a quien “debe toda la educación de su visión”, lo cierto es que para Claude lo más importante no era el contorno de las formas, sino cómo la luz puede transformar la percepción de lo que vemos, y eso se ve reflejado en sus pinturas como en las de ningún artista. Todas sus obras pueden resumirse en eso: impresiones de la luz, el tiempo, el espacio. Todo inmediato, y todo fugaz.
El jardín en Giverny
Durante la guerra franco-prusiana decidió instalarse en Londres y unirse a un grupo de artistas que se hacían llamar los independientes. Posteriormente se mudó a su famosa e inmensa casa en Giverny, Francia: la protagonista de la serie Nenúfares (con más de 250 cuadros), y testigo de su serie Pajares, que se encargaba precisamente de representar un mismo paisaje pero con diferentes condiciones de luz, hora, perspectiva y clima:
Allí, decidió crear un jardín que le sirviera de escenario para sus nuevos trabajos artísticos. Se inspiró en el paisajismo japonés y él mismo cavó, plantó, desmalezó, y seleccionó cada una de las semillas que darían vida esplendorosa a su jardín. Trabajó con esmero para conseguir lo que buscaba: orden para plasmar la instantaneidad. En alguna entrevista declaró: “es gracias a las flores, a las que le debo haberme convertido en pintor”. Aunado a los Nenúfares, pintó más de 100 pinturas alrededor de su jardín.
Cataratas
Una enfermedad ocular llegó a apaciguar su torbellino de pinceladas; las cataratas nublaron su percepción y sólo le permitían ver nubarrones de color. Claude tuvo que dejar de pintar al aire libre por el efecto que tenía la intensidad de la luz en sus ojos, “mi vida se ha convertido en un tormento”; decía. Para él, pintar en interiores carecía de sentido y de vida. Nada en su mundo volvió a ser igual.
Su legado es amplio y ha quedado cristalizado en calendarios y postales alrededor del mundo, inspirando artistas -de su época y de la nuestra- y contemplación del paisaje. Falleció de cáncer de pulmón en diciembre de 1926.
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